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■ Manfred von Richthofen fue el prototipo de héroe y caballero. Letal como contrincante y noble con el enemigo, el aviador más audaz de la Primera Guerra Mundial se convirtió en un mito viviente antes de caer derribado por una sola bala que, 90 años después, continúa sin saberse quién disparó. XLSemanal recupera su historia.
Inicialmente, los aparatos y métodos de aviación eran bastante rudimentarios. El Barón Rojo solía volar con su perro, Moritz, a quien llamaba su «observador».
Una guerra `aristocrática´
Hoy, la Primera Gran Guerra que aconteció en el aire más parecería una competición deportiva que un conflicto armado. El propio Richthofen narra cómo tras el primer combate de una mañana, él y su hermano aterrizan para desayunar con su padre, quien, lleno de orgullo, escucha cómo a esas horas ya han derribado a un par de británicos. Tras éste vuelven a despegar. De hecho, las neonatas fuerzas aéreas, compuestas por la aristocracía de la época, sólo luchaban por la mañana –cazar un ‘trofeo’ del derribado era otra práctica común–, mientras que las tardes las dedicaban al asueto en sus exclusivos clubs. En la imagen, una réplica del Fokker Dr. I, el último triplano del Barón Rojo.
¿Qué pudo hacer que uno de los oficiales más letales de la Primera Guerra Mundial fuese enterrado con todos los honores por sus propios enemigos? Se llamaba Manfred von Richthofen, aunque pasaría a la historia como el Barón Rojo, el aviador más temible de todos los tiempos y uno de los últimos gentleman de una guerra –la que se produjo en el aire– de tintes caballerescos y cuasi ‘románticos’. Y es que, tal vez, las crónicas aún no habían reparado en que este conflicto sería la primera gran contienda contra civiles de la historia –que dejaría más de 12 millones de muertos–, y curiosos términos como ‘ética’ u ‘honorabilidad’ eran férreos códigos grabados a fuego en un mundo que hoy resultaría difícil de entender: el de los militares provenientes de la vieja nobleza europea que copaban las recién creadas fuerzas aéreas. No en vano aquellos primeros pilotos eran la viva estampa del tipo histórico de caballero medieval; una suerte de ‘héroes’ envidiados por sus camaradas del Ejército y la Marina.
Así, en su jovencísima autobiografía, el Barón Rojo dejó escritas algunas pistas de por qué, por ejemplo, el Ejército australiano –que estaba en su bando contrario– dispararía salvas durante su funeral: «Por un rasgo de humanidad para con mi enemigo, decidí obligarlo sólo al descenso y no a la caída. Entonces, el miserable me dijo que antes había probado a disparar sobre mí. Le pedí perdón por haberlo derribado, lo aceptó, y así fue como le devolví su deslealtad».
[Fuente: xlsemanal]
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