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■ Enric Molina | No le tiembla el pulso si tiene que echar a una estrella de la pista. Sólo hay cuatro jueces con su cualificación en el mundo. Ha visto romper de rabia cientos de raquetas. Barcelonés, 34 años, tuvo dos hernias de disco de tanto girar el cuello. Mañana le espera Wimbledon.
Norma. Nadal tendrá que vestir este blanco atuendo en Wimbledon.
por JAVIER CABALLERO Fotografías de RICARDO CASES
Se gana el sueldo girando el cuello en movimiento pendular, como si diera una perpetua negativa con el gesto de su cabeza. Derecha, izquierda, derecha, izquierda, derecha, izquierda… aplausos del público y vuelta a empezar, que no hay que perder la huella que deja el bote de una pelota amarillo fosforito.
Enric Molina Mur (Barcelona, 28-IV-1974) trabaja sentado en su atalaya a dos metros y pico del suelo y se lo pasa mejor que Bart Simpson encaramado a su casa del árbol. No es un vigilante de la playa que otee tiburones: simplemente, es el mejor juez de silla del tenis mundial. Sus armas: una moneda de cinco francos suizos para hacer el sorteo, un cronómetro, una agenda electrónica, lápiz, un metro para que la red esté a la altura correcta, acta del partido, reflejos y vista de águila. También un cojín de casa, que algunos asientos dejan las posaderas hechas unos zorros.
Los del gremio aseguran que maneja el arbitraje como Federer la volea o Nadal el passing. Ha jugado tantas –o más– finales que ellos: Copa Davis, Roland Garros, US Open, los Masters Series que se le pongan en el calendario... Salomónico, de modales de alta cuna y habilidad para litigar con los protestones de la raqueta, su método de trabajo refleja las intrínsecas buenas maneras del tenis: sabe pedir silencio al público –y para sus móviles– en decenas de idiomas, aunque en griego y en polaco aún se atraganta.
Después de recoger la medalla de bronce de la Real Orden al Mérito Deportivo y arbitrar en Roland Garros, a partir de mañana lunes le aguarda Wimbledon, quintaesencia de la pulcritud tenística, con un césped afeitado a tijera. –Para empezar, un asunto crucial antes de que arranque el torneo londinense: confiese, ¿la bola entró?
–Ja, ja, ja. He tenido la suerte de arbitrar hace poco a John McEnroe en los partidos de veteranos. Ahora sus quejas y exabruptos forman parte del show, de su personaje.
El partido con Enric arranca con saque y buen humor. Cuando no está facturando la maleta por esos aeropuertos de Dios –ya ha sellado tres pasaportes completos de tanto viajar– se refugia en la calma del club de Tenis Barcino. Allí se lee La Vanguardia, se comenta la crisis del Barça y los hijos de los socios –algunos firmes promesas– pelotean al otro lado de grandes cristaleras. "Nací en el barrio de Gracia y ahora vivo cerca de aquí, en San Gervasio.
Empecé en el tenis por mi padre. En su momento, tiempos de Orantes y Santana, fue el quinto de España. A él ya le venía la afición por mi abuelo. Sigo la tradición", explica. ¿Son los jueces de silla tenistas frustrados? "En parte. Jugué toda mi vida y estuve hasta los ?5 años entrenando. A partir de ahí decidí dejarlo, aunque me enrolé como juez de línea en el Godó. Me decanté por los estudios y saqué la carrera de Publicidad", relata.
Casado y con un bebé en la pantalla del móvil, en el camino que le llevó de la arcilla del Tenis Barcino a los peldaños de la silla de arbitrar no hubo traumas. No pudo engancharse a la brillante generación de amigos tenistas (Corretja, Carretero, Berasategui, Mantilla, Albert Costa), aunque se transformaría en el vigía que controla todo lo que acontece en pista. "Me presenté a los exámenes de la Federación Española de Tenis para sacar la titulación. Cuando pasas ese curso puedes actuar de juez de línea y de juez de silla, siempre que sea en torneos sin premios en metálico". Para dar el salto de calidad y ejercer de chair umpire (árbitro de silla, en inglés) en los grandes torneos tenía que afanarse con las lenguas. No problem.
Además del catalán y el castellano, Enric habla inglés, francés e italiano. Se preparó a conciencia. Agrandó sus conocimientos sobre reglamento y acaparó experiencia. "Pasé una buena fase de prácticas con infantiles, alevines [un bisoño Rafa Nadal, por ejemplo], veteranos... Luego hice un curso internacional y saqué lo que llamamos 'chapa blanca', con la que puedes ser juez de fases previas y primeras rondas; el siguiente escalón es la ‘chapa bronce’, paso previo para profesionalizarte. Ahí tienes que presentar tu candidatura y la ITF [Federación Internacional de Tenis, con sede en Londres] te examina. La 'chapa de plata' la sacas con buenas evaluaciones de los representantes arbitrales de la ATP [Asociación de Tenistas Profesionales], la IFT y la WTA [Asociación de Tenis Femenino], al igual que la mía, la de oro, la única que te da derecho a arbitrar finales de Grand Slam, Copa Davis, Masters, Copa Federación y Juegos Olímpicos", explica.
Sólo cuatro compañeros de profesión – su íntimo amigo el portugués Carlos Ramos, el francés Pascal Maria, el estadounidense Jake Garner y el inglés Alison Lang– forman el llamado Team, los cinco magníficos con fulgor dorado en la pechera. "En realidad somos ?3 los chapa de oro, pero sólo cinco trabajamos para la ITF y los Grand Slams, pudiendo arbitrar las finales e impartir cursos en todo el mundo, de ahí lo del Team", aclara.
Actores secundarios de un deporte antaño elitista, el tenis patrio sólo aglutina 1.790 licencias de árbitros nacionales, muchos de ellos ya retirados. ¿Son tan ricos como los tenistas a quienes arbitran? Enric devuelve el resto con elegancia. "Vivo de ello y vivo bien. Pero no me voy a retirar por haberme hecho millonario. Nos pagan dietas, hoteles, vuelos...
Desde que nació mi hija Adriana, mi esposa Patricia y yo decidimos que sólo viajaría unas 20 semanas al año. Y desde luego que el jugador ?00 de la ATP cobra más que yo", despeja dudas. En la Eurocopa de balompié, celebrándose estos días en Austria y Suiza, cada colegiado gana ?0.000 euros por encuentro. Al contrario que los colegiados de balompié, los de tenis no cobran por partido. Las cantidades dependen de su titulación, experiencia y torneo donde presten sus servicios (un buen –y secreto– pellizco).
Trifulcas. Pero al igual que el fútbol, algunos encuentros acaban como el rosario de la aurora. Enric también ha escapado escoltado de una cancha. "¡Y tanto! Una vez salí flanqueado por la policía en Copa Davis en una eliminatoria en Suiza. En Sudamérica es donde acostumbra a caldearse más el ambiente. Pueden tirar monedas, botellas, de todo. En Argentina el público es duro, más aún cuando Maradona está en la grada, la gente enloquece con él. Y en el choque Serbia contra Australia había 24.000 espectadores jaleando como hooligans sin demasiada idea de tenis. Es complicado manejar ciertas situaciones", confiesa.
Rolex blanco en la muñeca y carné del Barça en el bolsillo, Molina podría escribir una enciclopedia de anécdotas. Le tocó mediar en el partido más largo de la historia del tenis: Santoro y Clement estuvieron intercambiando palos en el Roland Garros de 2004 durante seis horas y 33 minutos. Como para tener ganas de ir al baño. Ha visto partir 1.000 raquetas, poseídos los jugadores por la rabia al ver que ese golpe liftado se va fuera. "Ahora que se ha retirado puedo decir que el croata Ivanisevic era de los que no se controlaba. Rompía raquetas cada partido". Aunque de los de ahora no comenta modales, Djokovic, Safin y Davidenko son picajosos y deslenguados; Nadal y Federer, entre los angelitos sin tacha. Pero él devuelve el resto con exquisitez al ser inquirido. "No puedo decir quién es el más maleducado ni el más correcto del circuito porque no es ético, estoy en activo y discrimino. El más caballero en la pista fue sin duda el sueco Stefan Edberg".
Corrección, modales... y peloteras. Al argentino David Nalbandián le tuvo que expulsar en un partido en 2003 por las serpientes que vomitó por la boca. Con el austriaco Koubek pasó algo curioso: arrojó con rabia su raqueta contra su bolsa, rebotó y le dio a un recogepelotas. A la calle, a su pesar. "Le tienes que echar aunque no quisiera herir a nadie. También he tenido que separar a dos jugadores que se enzarzaban en la red para pegarse...". Con tiento, el catalán debe aplicar una de las claves de su trabajo: los códigos de conducta. "Retrasos injustificados, obscenidades audibles o visibles, abusos verbales o físicos, consejos del entrenador y cualquier conducta antideportiva se apuntan en el acta. Luego se multa a los jugadores. Paradójicamente, gracias a las protestas de McEnroe o Connors en los 70 y 80 se profesionalizó el arbitraje y se implantaron los códigos de conducta. Cuando das avisos o warning puede haber pérdida de punto, de juego y hasta expulsión. Pero por un incidente muy grave se puede descalificar a un jugador directamente", explica.
Enric no va de estrella, pero firma bastantes autógrafos. Incluso alguna tripulación le sube de clase en vuelo transoceánico, pasajero fiel. No todo son lisonjas: también se ha llevado algún bolazo por culpa de su estratégico emplazamiento en pista. Por no hablar de los malditos gajes de su gremio, que le estrangularon las cervicales (ver gráfico).
Cada partido se traduce en unas 1.000 torsiones de cuello a derecha e izquierda para hacer un barrido de 90 grados. "He sufrido dos hernias discales por ello. Se me ha quedado el cuello clavado cuatro veces. No podía moverlo de la tensión, el estrés, la postura, la silla... Necesité collarín y lenta recuperación", confiesa.
Recolocar el atlas. Al "pie de atleta" o "al brazo de tenista" se une otra dolencia: "el cuello de juez de silla". "Los árbitros de tenis sufren de cervicales por la posición mantenida y los giros de cuello. No es una lesión específica de ellos, pero ya he tenido que tratar más de un caso", comenta Ángel Ruiz-Cotorro, médico de la Real Federación Española de Tenis y galeno que aconsejó a Enric que le recolocaran el atlas, la primera vértebra.
Más amenazas: ¿el novedoso ojo de halcón –reproducción virtual en 3-D del recorrido de la bola para clarificar botes dudosos– matará a la estrella de los jueces de silla? "No. No nos va a jubilar. Es una ayuda. Tiene un umbral de error de unos tres mm. Y en Wimbledon lo calibran constantemente, porque hay sombras y claros en la hierba", analiza. Por si acaso, él de la vista anda de fábula. Baja como un sabueso y sin pestañear –ni trastabillarse, algún colega se ha caído de su atalaya al ir a buscar un bote– camina y señala la huella exacta. Y si Enric asegura que la bola no entró, ya puede McEnroe jurar en arameo.
Tradiciones de Wimbledon
Veteranía. La pista central deben reinaugurarla cada edición las cuatro socias más longevas.
Puntual. El torneo debe arrancar el sexto lunes antes del 1 de agosto.
Níveos. Se exige que el atuendo, masculino y femenino, sea casi 100% blanco.
Modales. Las tenistas siempre deben ser nombradas como "Miss" o "Mrs" (señorita o señora); los hombres, por su apellido.
Menú. Comer fresas con nata en las gradas, otra vieja costumbre.
Respiro. Es el único de los Grand Slam en el que hay día de descanso: el “Middle Sunday” (el primer domingo).
Patrocinio. No se inserta publicidad en los laterales de la pista.
[Fuente: Magazine elmundo.es]
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