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Los deseos del Blogguero del Rincón de Fali: Que ese sol que empieza a alumbrar el primer día del año 2009, ilumine sus vidas y que esa luz les sirva de guía para el gozo de Salud, Felicidad y Bienestar.
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Blog Borrador de El Rincón de Fali
○ Portada ○
Los deseos del Blogguero del Rincón de Fali: Que ese sol que empieza a alumbrar el primer día del año 2009, ilumine sus vidas y que esa luz les sirva de guía para el gozo de Salud, Felicidad y Bienestar.
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Información diaria de la Campaña |
Recaudación diaria año 2008 y comparativa con año 2007.
Día | Año 2008 | Año 2007 | Diferencia | TOTAL |
26 | 60.219 | 43.836 | 16.383 | 60.219 |
27 | --- | --- | --- | --- |
28 | --- | --- | --- | --- |
29 | --- | --- | --- | --- |
30 | --- | --- | --- | --- |
TOTAL | 60.219 | 43.836 | 16.383 | 60.219 |
Subasta cuadro Eduardo Naranjo año 2008.
Día | € | TOTAL |
26 | 1.700 | 1.700 |
27 | --- | --- |
28 | --- | --- |
29 | --- | --- |
30 | --- | --- |
TOTAL | 1.700 | 1.700 |
Subasta camiseta cualquier jugador de
1ª División año 2008.
Día | € | Va ganando la: |
26 | 120 | Camiseta de Xavi |
27 | --- | --- |
28 | --- | --- |
29 | --- | --- |
30 | --- | --- |
TOTAL | 120 |
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Fuente: Datos de la propia Campaña. Diseño: Elaboración propia
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► Los débiles sucumben, no por ser débiles, sino por ignorar que lo son.
Fuente: Mis recopilaciones.
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○ Ciencia ○
Un niño lobo de 11 años de edad y originario de la aldea de Mumbai en La India, está siendo tratado por científicos de la Universidad de Columbia con la esperanza de encontrar la cura para su enfermedad denominada técnicamente como “hipertricosis” o Síndrome del Lobo.
El tabloide New York Post reportó en su edición de ayer, ilustrando la crónica con varias fotos del muchacho de 11 años de edad, que el padecimiento produce una espesa capa de pelo que crece en cada centímetro del cuerpo, excepto en sus pies y las manos.
Cuando el niño nació en el hospital le dijeron que había dado a luz a un “dios”, pero en la escuela ha sido muy rechazado y sus compañeros se burlan diariamente de él. El muchacho es identificado como Pruthviraj Patil. Su caso afecta a menos de 50 personas en el planeta, según explicó la dermatóloga Angela Christiano que trabaja junto a otros especialistas en el tratamiento del niño lobo.
Ella dijo que esperan encontrar rápidamente una cura para la afección que padece el menor hindú. La familia del niño lobo ha tratado todos los medicamentos inimaginables, desde la homeopatía a la cirugía con láser, pero el cabello siempre le crece hacia atrás.
“Sólo quiero ser como todos los demás”, exclama el niño lobo en un especial de la serie de televisión TLC titulado “Mi impactante historia”. Inyecciones de testosterona están siendo utilizadas por Christiano y sus colegas en la Universidad de Columbia para intentar detener el crecimiento del cabello en el niño.
Irónicamente, el avance en el crecimiento del pelo en el muchacho se deriva de la calvicie, sostiene la especialista que es pionera en investigaciones en el campo de la genética y dermatología y genes asociados con la pérdida del cabello.
“No hay ninguna causa genética conocida, por lo general, los padres son normales, por lo que es totalmente una sorpresa cuando algún niño nace con este síndrome”, sostiene la investigadora. El tratamiento que se ha iniciado con el niño es prometedor, pero los científicos de Columbia dicen que es demasiado pronto para saber sobre sus resultados a largo plazo, aunque mantienen la esperanza de que funcione en el niño lobo.
“Todavía no hemos encontrado un arma para combatir la mutación genética que produce este trastorno, pero estamos luchando”, precisa la doctora Christiano.
“Cuando me miro en el espejo, veo que tengo más cabello que todo el mundo y me preguntó: ¿porqué yo?, entonces ruego porque ese pelo se vaya”, indica en el reportaje de televisión el niño lobo sin poder entender la razón de su padecimiento.
Ni aún con muchos aseos, el cabello del muchacho aparenta normal. Pero aparte del síndrome, su pelo es saludable.
Los expertos dicen que los genes que provocan el excesivo crecimiento del cabello es casi común, pero un caso como el del niño lobo, casi nunca se ha visto en el planeta.
La mayoría de los casos conocidos se sitúan en el Sur de Asia. El doctor Vinay Saoji un cirujano plástico que ha examinado al niño dice que el síntoma conocido como “Vellosa nevus o hirsutismo” que es cuando una persona padece de crecimiento anormal de pelo, lo padecen millones de personas en el mundo.
“Pero la persistencia del vello en todo el cuerpo es muy raro”, concluyó diciendo el científico.
Fuente: http://www.unchindeto.net. (DiarioLibre)
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○ Ciencia ○
Científicos en España llevaron a cabo el primer trasplante usando la técnica de ingeniería de tejidos con el fin de colocarle una tráquea a una paciente que aportó sus propias células madre.
“ Era una mujer enferma, ahora podré vivir una vida normal “. Claudia Castillo, paciente del transplante
El logro tecnológico también significa que por primera vez el trasplante de tejidos puede ser posible sin la necesidad de usar posteriormente medicamentos inmunosupresores con el fin de que el organismo del paciente no rechace el órgano o tejido donado.
Según informa la publicación Lancet la paciente está en perfecto estado a cinco meses de la intervención quirúrgica.
Expertos europeos aseveran que este tipo de procedimientos pueden llegar a ser cotidianos en el futuro.
Paciente urgida
La paciente Claudia Castillo, de 30 años de edad y madre de dos hijos, necesitaba la cirugía para salvar un pulmón tras un severo daño a sus vías respiratorias a consecuencia de una tuberculosis.
Para hacer el nuevo conducto de aire, los médicos usaron la tráquea de un donante que había muerto recientemente.
Luego utilizaron fuertes productos químicos y enzimas para quitar todas las células del donante.
Esto les dejó a los doctores la estructura sobre la cual repoblaron la traquea con células de Castillo, la cual fue usada en una operación posterior para reparar el daño en su bronquio izquierdo.
Al usar las propias células de Castillo, los médicos pudieron "engañar" al organismo de la paciente con el fin de que no rechazara la tráquea donada, algo típico en las operaciones de trasplante de órganos.
Dos tipos de célula fueron obtenidas del cuerpo de Castillo: células de su tráquea ya adultas y células madre de la médula ósea que fueron activadas por sus hermanas maduras para reproducirse alrededor de la tráquea donada.
Tras cuatro días de crecimiento en un laboratorio y dentro de un bioreactor, la tráquea nuevamente recubierta de células estaba lista para ser transplantada en el sistema respiratorio de Castillo.
La traquea implantada en el bronquio izquierdo de Castillo comenzó a desarrollar rápidamente sus propios vasos sanguíneos.
Su cirujano, el profesor Paolo Macchiarini, del Hospital Clínico de Barcelona, en España, llevó a cabo la operación el pasado mes de junio.
"Estaba bastante preocupado. Antes de éste, sólo habíamos hecho el trabajo en cerdos".
"Sin embargo, una vez la tráquea del donante salió del bioreactor nos sorprendimos positivamente", agregó.
Aseguró que lucía y se comportaba igual a una tráquea de un donante sano.
Un gran éxito
La operación fue un gran éxito y sólo cuatro días después del trasplante la tráquea híbrida era casi imperceptible del resto de la vía respiratoria sana que la rodea.
Tras un mes, una biopsia del lugar probó que el transplante había desarrollado sus propios vasos sanguíneos.
Y sin señales de problemas tras cuatro meses, el profesor Macchiarini asegura que una futura posibilidad de rechazo se reduce prácticamente a cero.
"Estamos increíblemente contentos con los resultados", dijo el cirujano.
"Ella está disfrutando de una vida normal, que para nosotros los médicos es el regalo más hermoso".
Hoy Castillo vive una vida normal y activa y de nuevo es capaz de cuidar a sus hijos Johan, de 15 años, e Isabella, de cuatro. Ya puede subir escaleras sin quedar sin aliento.
"Era una mujer enferma, ahora podré vivir una vida normal", dijo Claudia Castillo a la BBC.
"Estoy muy feliz que me pudieron hacer esto, habían estado estudiando por mucho tiempo y funcionó", agregó.
La traquea donada fue limpiada y luego recubierta con células de la propia paciente.
"Tengo mucha esperanza. He sido la primera pero los insto a hacer más en el futuro".
Martin Birchall, profesor de cirugía de la Universidad de Bristol, en el Reino Unido, y quien ayudó a que crecieran las células en la tráquea donada aseguró:
"Esto representará un gran paso de cambio en la cirugía".
Aseguró que en 20 años virtualmente cualquier trasplante podrá hacerse con este método.
Científicos de Estados Unidos ya han tenido éxito implantando parches de vejigas desarrollados en laboratorio de las células madre de los propios pacientes que poseen daños en ese órgano.
El equipo de investigación europeo, que incluye expertos de la Universidad de Padua y el Politécnico de Milán, están solicitando fondos para hacer transplantes de tráquea y laringe en pacientes con cáncer.
Las pruebas clínicas podrían comenzar en cinco años, aseguraron.
Cada año, entre 50.000 y 60.000 personas son diagnosticadas con cáncer en la laringe en Europa y los científicos afirman que la mitad de ellos podrían ser candidatos para transplantes usando esta nueva técnica de ingeniería de tejidos.
Fuente: BBC Ciencia
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A
ño 1487. Los ejércitos del rey Fernando inician la reconquista. Se avecina la caída de Granada, donde 100.000 almas disfrutan de sabiduría y bienestar. JUAN ESLAVA GALÁN recrea en su última novela la vida diaria de la capital nazarí, cuna de artesanos y científicos, repleta de zocos, palacios, jardines y bibliotecas.
PREPUBLICACIÓN | LA DEBACLE DE UN PARAÍSO
La vega de Granada se extendía como un manto de brocado verde con las arboledas de cipreses, higueras, olivos y frutales pespunteando lindes y acequias. Como dispersos por la mano de un sembrador, negras norias y blancas almunias alegraban el paisaje. Los hortelanos preparaban las sementeras de la primavera. El agua de los surcos y las regueras espejeaba al sol. Al fondo como una cinta rojiza aparecían las murallas de Granada. Detrás de ellas, los tejados rojos y las azoteas blancas de las mezquitas y los palacios. La Alhambra se recortaba sobre la blancura deslumbradora de la Sierra Nevada.
–¡Granada! –exclamó Orbán–. En Oriente dicen que hay tres ciudades en el mundo: Estambul, Jerusalén y Granada.
Siguieron el camino que conducía a la puerta de Elvira, entre dos tapias que delimitaban, a uno y otro lado, un gran cementerio. La medina se extendía por el llano y por el monte Albaicín.
Desde su residencia, aquella tarde, Orbán e Isabel admiraron la belleza de la ciudad que se extendía a sus pies.
Poco después apareció Alí el Cojo con una cestilla de buñuelos calientes. Mientras desayunaban contemplaron el avance de la luz sobre la colina de la Alhambra, a medida que el sol remontaba.
–La perla de Al-Andalus –dijo Alí el Cojo–. Para algunos, la ciudad más bella del mundo. El paraíso en la tierra: la ciudad rodeada de fértiles vegas en las que manan cien fuentes. Dos ríos importantes la recorren, el Darro, de arenas auríferas y el Genil cuyas aguas endulzan los membrillos y las granadas. En la ciudad viven más de cien mil criaturas: artesanos, hombres de ciencia, caballeros peritos en la guerra. Hay cuatro cercas que delimitan cuatro ciudades y doce barrios, cada uno con su zoco y su mezquita mayor, con sus baños, sus fondas y sus hornos públicos, sin contar los palacios y las casas de ciudadanos pudientes que tienen también baños y jardines, doce puentes sobre el río Darro, ocho sobre el Genil.
Orbán e Isabel miraban aquel esplendor.
–Allí el cementerio de la Sabika –señalaba Alí el Cojo–, el valle de Nachd y las alturas de al Faharin, que terminan en el río Genil; aquella es la alcazaba de los judíos y la medina, aquellas las cúpulas de la mezquita mayor, las de más allá, pespunteadas de lumbreras en forma de estrella, son las de los baños de Sautar; los tejadillos parejos son los de la madrasa, donde los maestros esparcen las perlas del conocimiento, y la alcaicería, cruzando el Darro con sus puentes, la posada de al Jadida; a la derecha, la alcazaba antigua, al otro lado del valle del Darro.
Orbán levantó la mirada hacia los muros rojos de la Alhambra, tan inaccesibles como si colgaran del cielo. –Allá arriba, en las torres del mexuar se supone que manda Boabdil el desventurado –prosiguió Alí el Cojo–, pero eso es una mera ilusión. La que manda es su madre, Aixa la Horra. Desde su palacio del Albaicín, Aixa abarca la Alhambra, envía y recibe correos, visita a su hijo o a su nuera. Su nuera, una pobre mujer flaca de espíritu, es hija del fiero Aliatar, pero no ha heredado la fiereza de su padre. Algunos viajeros discuten si Granada es más bella que Constantinopla ¿Qué te parece a ti, que conoces las dos?
Ilustraciones Gaspar Meana
–Cada ciudad tiene su gracia –respondió Orbán evasivo–. Pero me parecen las dos igualmente sublimes.
Los juglares cantaban las hazañas de los campeones del islam y hablaban de cabezas infieles cortadas, de escuadrones de cristianos puestos en fuga por un solo adalid, de hazañas difíciles de creer que entusiasmaban a las entregadas audiencias de los zocos y mercados. Muchos jovenzuelos, fascinados por los relatos militares, ingresaban como muhaidines deseosos de algún destino fronterizo desde el que contribuir a la derrota de los cristianos.
Otros informantes más cautos, los trajinantes, traían noticias menos optimistas y hablaban de razzias y espolonadas de don Alonso de Aguilar y del alcalde de los Donceles, caudillos temidos que asolaban la tierra y cautivaban pueblos enteros.
Pero ya corrían otros tiempos. Granada estaba atestada de refugiados que lo habían perdido todo, muchos de ellos partidarios de El Zagal que consideraban a Boabdil un traidor vendido a Fernando. Los muhaidines, exasperados por las derrotas y fanatizados por las predicaciones de los alfaquíes abarrotaban calles y plazas sin otro menester que rezar cinco veces al día, rivalizando por presentar el mayor callo en la frente. El resto del tiempo murmuraban contra el gobierno.
Así llegó el verano. Fernando e Isabel atendían al gobierno de sus estados y no tenían prevista una nueva campaña. En Granada, las decenas de miles de refugiados a los que los cristianos habían expulsado de sus tierras se sumaban a los halcones que deseaban derrotar a los cristianos y recuperar lo perdido.
–No aguardemos a que los cristianos reaccionen. Ahora están exhaustos este es el momento de atacarlos–, señalaba el Zegrí.
Lo mismo opinaban Al Hakim, Abul Hasán, Abu Zalí y otros capitanes de la frontera, hombres belicosos que se sentían humillados por las armas cristianas. Boabdil cedió a tantas presiones y permitió que sus capitanes atacaran varias fortalezas fronterizas. Los campeones competían entre ellos arrasando alquerías y castillos cristianos, cautivando rebaños y campesinos, masacrando guarniciones. Regresaban triunfantes a Granada, los guerreros exhibiendo cabezas ensartadas en lanzas o collares de orejas enemigas. El pueblo los aclamaba entusiasmado, roncas las mujeres de ulular. Boabdil los recibía en la Alhambra y los colmaba de regalos. El mensaje estaba claro. Granada y Castilla estaban en guerra. Fernando declaró felón a su vasallo Boabdil y se lo notificó en un pergamino con sus sellos.
Desde las murallas se divisaban las polvaredas de la caballería y los escuadrones de peones cristianos. Mientras los almogávares y los adalides recorrían el territorio y saqueaban las almunias, los cavadores y vivanderos instalaban el real en los Ojos de Huécar, en El Gozco, a una legua de Granada, en medio de la vega. Brillaban a lo lejos, en la oscuridad de la vega, docenas de puntos de luz, las hogueras cristianas. Desde las almenas y azoteas de Granada la población contemplaba fascinada aquel ilusorio firmamento que, de pronto, rodeaba su ciudad. Las hogueras se extendían hasta el horizonte, como si una gran urbe hubiera crecido de pronto donde unas horas antes sólo había surcos y sembrados. La tristeza se alojó en los corazones de los más prudentes junto con la certeza de que aquello prefiguraba el final de Granada.
Mientras el consejo del reino deliberaba en el mexuar, Mohamed el Pequenni, el alfaquí, ascendió penosamente las pinos peldaños de la angosta escalera de caracol que conducía a la azotea del minarete de la mezquita mayor, el punto más alto de la medina.
De pronto el Pequenni fue consciente de que probablemente aquella era la la última vez que subía aquella escalera y la última vez que dirigía los rezos en la mezquita de cinco naves donde los musulmanes granadinos habían elevado sus preces mirando a la Meca durante varios siglos.
–¡Todo comienza y todo acaba, por voluntad de Alá! –murmuró.
Terminó la ascensión y salió al balcón circular que coronaba el minarete. Allá arriba soplaba un viento frío procedente de las nieves. El muecín contempló la hermosa vista de Granada, el panorama de rojos tejados y verdes cármenes que se divisaba desde aquella altura. En el aire helado respiró los aromas de la ciudad confundidos con los de la vega, olor a agua regando verdores, a humo de asadores de castañas, a otoño.
–En el nombre de Alá, el clemente, el misericordioso... –murmuró para sí. Tosió para aclararse la voz. Para él Granada era el centro del mundo y desde luego el centro del islam. En la biblioteca de la mezquita tenía cuando podía desear, mejor que si estuviera en Fez o El Cairo o Bagdad. Y ahora todo podía perderse, todo iba a perderse, por el signo aciago de los tiempos. Fernando le había prometido a Boabdil un ducado en una reserva musulmana en las Alpujarras, pero ahora que Boabdil vulneraba el compromiso, Fernando se consideraría eximido de cumplir los acuerdos. ¿Qué porvenir les esperaba a los vencidos? ¿Regresar a África, al desierto pedregoso del que salieron sus padres, los conquistadores de Al-Andalus, veinte generaciones atrás? Mohamed el Pequenni conocía lo que era el Magreb, la vida, primitiva; la tierra, pobre; los caminos, inciertos; las ciudades, polvorientas; el gobierno, tiránico; tapias derruidas con cuadrillas de vagos malencarados vegetando a la sombra. Él, acostumbrado a las comodidades y a las bellezas de Granada, no se acomodaría a vivir allí la enfadosa vejez. ¿Quedarse en Granada? Quizá en la corte de Fernando hubiera un resquicio para él, de secretario de cartas árabes, de trujamán, de calígrafo. Envidió a su padre que nació y murió en la ciudad sin sobresaltos, dedicado a sus libros, consultado por los gobernantes, respetado por el pueblo. Alá le deparaba a él estos tiempos tan turbios. Sea su voluntad.
Y Granada cayó. El 2 de enero ondearon los pendones de Castilla en la torre mayor de la Alambra.
–Los cristianos se han quedado con cuanto había de valor, pero de las personas no abusan –explicó Jándula–. Fernando ha pregonado castigos para el que agreda a un musulmán. Ahorcan a los soldados borrachos y a los violadores. Parece que todo eso lo tenían acordado secretamente con Aben Comixa y con el visir. No obstante, la gente se fía poco de ellos y teme que después de la euforia del triunfo reconsideren la situación y exijan más. Por lo pronto los ricos y todo el que tenía algo ha hecho el petate y se ha ido. Los caminos están llenos de fugitivos. Unos van a África y otros a las Alpujarras. Los abencerrajes y los notables se han quedado en Granada, con sus casas y sus cuadras intactas. Muchos se convierten al cristianismo y los reyes les confirman sus bienes y sus fincas. A otros les dan heredamientos para compensar las villas y las prebendas que pierden. Al final todo fue un enjuague: vendieron Granada a los cristianos y el único que ha perdido es el pueblo. ¿Recuerdas la multitud de muhaidines deseosos de alcanzar el martirio? Pues se ha evaporado como el rocío matinal cuando sale el sol.
«El mercenario de Granada» (Ed. Planeta), de Juan Eslava Galán, sale a la venta el próximo martes 27 de marzo. Precio, 20 e.
[Fuente: Mis recopilaciones ]
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E
l prófugo Edward "Eddie" Davidson, conocido como el "rey del spam", su mujer y su hija fueron hallados muertos, y la policía baraja como hipótesis que él las mató antes de quitarse la vida.
[Fuente: 20minutos ]
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A
ño 1487. Los ejércitos del rey Fernando inician la reconquista. Se avecina la caída de Granada, donde 100.000 almas disfrutan de sabiduría y bienestar. JUAN ESLAVA GALÁN recrea en su última novela la vida diaria de la capital nazarí, cuna de artesanos y científicos, repleta de zocos, palacios, jardines y bibliotecas.
PREPUBLICACIÓN | LA DEBACLE DE UN PARAÍSO
La vega de Granada se extendía como un manto de brocado verde con las arboledas de cipreses, higueras, olivos y frutales pespunteando lindes y acequias. Como dispersos por la mano de un sembrador, negras norias y blancas almunias alegraban el paisaje. Los hortelanos preparaban las sementeras de la primavera. El agua de los surcos y las regueras espejeaba al sol. Al fondo como una cinta rojiza aparecían las murallas de Granada. Detrás de ellas, los tejados rojos y las azoteas blancas de las mezquitas y los palacios. La Alhambra se recortaba sobre la blancura deslumbradora de la Sierra Nevada.
–¡Granada! –exclamó Orbán–. En Oriente dicen que hay tres ciudades en el mundo: Estambul, Jerusalén y Granada.
Siguieron el camino que conducía a la puerta de Elvira, entre dos tapias que delimitaban, a uno y otro lado, un gran cementerio. La medina se extendía por el llano y por el monte Albaicín.
Desde su residencia, aquella tarde, Orbán e Isabel admiraron la belleza de la ciudad que se extendía a sus pies.
Poco después apareció Alí el Cojo con una cestilla de buñuelos calientes. Mientras desayunaban contemplaron el avance de la luz sobre la colina de la Alhambra, a medida que el sol remontaba.
–La perla de Al-Andalus –dijo Alí el Cojo–. Para algunos, la ciudad más bella del mundo. El paraíso en la tierra: la ciudad rodeada de fértiles vegas en las que manan cien fuentes. Dos ríos importantes la recorren, el Darro, de arenas auríferas y el Genil cuyas aguas endulzan los membrillos y las granadas. En la ciudad viven más de cien mil criaturas: artesanos, hombres de ciencia, caballeros peritos en la guerra. Hay cuatro cercas que delimitan cuatro ciudades y doce barrios, cada uno con su zoco y su mezquita mayor, con sus baños, sus fondas y sus hornos públicos, sin contar los palacios y las casas de ciudadanos pudientes que tienen también baños y jardines, doce puentes sobre el río Darro, ocho sobre el Genil.
Orbán e Isabel miraban aquel esplendor.
–Allí el cementerio de la Sabika –señalaba Alí el Cojo–, el valle de Nachd y las alturas de al Faharin, que terminan en el río Genil; aquella es la alcazaba de los judíos y la medina, aquellas las cúpulas de la mezquita mayor, las de más allá, pespunteadas de lumbreras en forma de estrella, son las de los baños de Sautar; los tejadillos parejos son los de la madrasa, donde los maestros esparcen las perlas del conocimiento, y la alcaicería, cruzando el Darro con sus puentes, la posada de al Jadida; a la derecha, la alcazaba antigua, al otro lado del valle del Darro.
Orbán levantó la mirada hacia los muros rojos de la Alhambra, tan inaccesibles como si colgaran del cielo. –Allá arriba, en las torres del mexuar se supone que manda Boabdil el desventurado –prosiguió Alí el Cojo–, pero eso es una mera ilusión. La que manda es su madre, Aixa la Horra. Desde su palacio del Albaicín, Aixa abarca la Alhambra, envía y recibe correos, visita a su hijo o a su nuera. Su nuera, una pobre mujer flaca de espíritu, es hija del fiero Aliatar, pero no ha heredado la fiereza de su padre. Algunos viajeros discuten si Granada es más bella que Constantinopla ¿Qué te parece a ti, que conoces las dos?
Ilustraciones Gaspar Meana
–Cada ciudad tiene su gracia –respondió Orbán evasivo–. Pero me parecen las dos igualmente sublimes.
Los juglares cantaban las hazañas de los campeones del islam y hablaban de cabezas infieles cortadas, de escuadrones de cristianos puestos en fuga por un solo adalid, de hazañas difíciles de creer que entusiasmaban a las entregadas audiencias de los zocos y mercados. Muchos jovenzuelos, fascinados por los relatos militares, ingresaban como muhaidines deseosos de algún destino fronterizo desde el que contribuir a la derrota de los cristianos.
Otros informantes más cautos, los trajinantes, traían noticias menos optimistas y hablaban de razzias y espolonadas de don Alonso de Aguilar y del alcalde de los Donceles, caudillos temidos que asolaban la tierra y cautivaban pueblos enteros.
Pero ya corrían otros tiempos. Granada estaba atestada de refugiados que lo habían perdido todo, muchos de ellos partidarios de El Zagal que consideraban a Boabdil un traidor vendido a Fernando. Los muhaidines, exasperados por las derrotas y fanatizados por las predicaciones de los alfaquíes abarrotaban calles y plazas sin otro menester que rezar cinco veces al día, rivalizando por presentar el mayor callo en la frente. El resto del tiempo murmuraban contra el gobierno.
Así llegó el verano. Fernando e Isabel atendían al gobierno de sus estados y no tenían prevista una nueva campaña. En Granada, las decenas de miles de refugiados a los que los cristianos habían expulsado de sus tierras se sumaban a los halcones que deseaban derrotar a los cristianos y recuperar lo perdido.
–No aguardemos a que los cristianos reaccionen. Ahora están exhaustos este es el momento de atacarlos–, señalaba el Zegrí.
Lo mismo opinaban Al Hakim, Abul Hasán, Abu Zalí y otros capitanes de la frontera, hombres belicosos que se sentían humillados por las armas cristianas. Boabdil cedió a tantas presiones y permitió que sus capitanes atacaran varias fortalezas fronterizas. Los campeones competían entre ellos arrasando alquerías y castillos cristianos, cautivando rebaños y campesinos, masacrando guarniciones. Regresaban triunfantes a Granada, los guerreros exhibiendo cabezas ensartadas en lanzas o collares de orejas enemigas. El pueblo los aclamaba entusiasmado, roncas las mujeres de ulular. Boabdil los recibía en la Alhambra y los colmaba de regalos. El mensaje estaba claro. Granada y Castilla estaban en guerra. Fernando declaró felón a su vasallo Boabdil y se lo notificó en un pergamino con sus sellos.
Desde las murallas se divisaban las polvaredas de la caballería y los escuadrones de peones cristianos. Mientras los almogávares y los adalides recorrían el territorio y saqueaban las almunias, los cavadores y vivanderos instalaban el real en los Ojos de Huécar, en El Gozco, a una legua de Granada, en medio de la vega. Brillaban a lo lejos, en la oscuridad de la vega, docenas de puntos de luz, las hogueras cristianas. Desde las almenas y azoteas de Granada la población contemplaba fascinada aquel ilusorio firmamento que, de pronto, rodeaba su ciudad. Las hogueras se extendían hasta el horizonte, como si una gran urbe hubiera crecido de pronto donde unas horas antes sólo había surcos y sembrados. La tristeza se alojó en los corazones de los más prudentes junto con la certeza de que aquello prefiguraba el final de Granada.
Mientras el consejo del reino deliberaba en el mexuar, Mohamed el Pequenni, el alfaquí, ascendió penosamente las pinos peldaños de la angosta escalera de caracol que conducía a la azotea del minarete de la mezquita mayor, el punto más alto de la medina.
De pronto el Pequenni fue consciente de que probablemente aquella era la la última vez que subía aquella escalera y la última vez que dirigía los rezos en la mezquita de cinco naves donde los musulmanes granadinos habían elevado sus preces mirando a la Meca durante varios siglos.
–¡Todo comienza y todo acaba, por voluntad de Alá! –murmuró.
Terminó la ascensión y salió al balcón circular que coronaba el minarete. Allá arriba soplaba un viento frío procedente de las nieves. El muecín contempló la hermosa vista de Granada, el panorama de rojos tejados y verdes cármenes que se divisaba desde aquella altura. En el aire helado respiró los aromas de la ciudad confundidos con los de la vega, olor a agua regando verdores, a humo de asadores de castañas, a otoño.
–En el nombre de Alá, el clemente, el misericordioso... –murmuró para sí. Tosió para aclararse la voz. Para él Granada era el centro del mundo y desde luego el centro del islam. En la biblioteca de la mezquita tenía cuando podía desear, mejor que si estuviera en Fez o El Cairo o Bagdad. Y ahora todo podía perderse, todo iba a perderse, por el signo aciago de los tiempos. Fernando le había prometido a Boabdil un ducado en una reserva musulmana en las Alpujarras, pero ahora que Boabdil vulneraba el compromiso, Fernando se consideraría eximido de cumplir los acuerdos. ¿Qué porvenir les esperaba a los vencidos? ¿Regresar a África, al desierto pedregoso del que salieron sus padres, los conquistadores de Al-Andalus, veinte generaciones atrás? Mohamed el Pequenni conocía lo que era el Magreb, la vida, primitiva; la tierra, pobre; los caminos, inciertos; las ciudades, polvorientas; el gobierno, tiránico; tapias derruidas con cuadrillas de vagos malencarados vegetando a la sombra. Él, acostumbrado a las comodidades y a las bellezas de Granada, no se acomodaría a vivir allí la enfadosa vejez. ¿Quedarse en Granada? Quizá en la corte de Fernando hubiera un resquicio para él, de secretario de cartas árabes, de trujamán, de calígrafo. Envidió a su padre que nació y murió en la ciudad sin sobresaltos, dedicado a sus libros, consultado por los gobernantes, respetado por el pueblo. Alá le deparaba a él estos tiempos tan turbios. Sea su voluntad.
Y Granada cayó. El 2 de enero ondearon los pendones de Castilla en la torre mayor de la Alambra.
–Los cristianos se han quedado con cuanto había de valor, pero de las personas no abusan –explicó Jándula–. Fernando ha pregonado castigos para el que agreda a un musulmán. Ahorcan a los soldados borrachos y a los violadores. Parece que todo eso lo tenían acordado secretamente con Aben Comixa y con el visir. No obstante, la gente se fía poco de ellos y teme que después de la euforia del triunfo reconsideren la situación y exijan más. Por lo pronto los ricos y todo el que tenía algo ha hecho el petate y se ha ido. Los caminos están llenos de fugitivos. Unos van a África y otros a las Alpujarras. Los abencerrajes y los notables se han quedado en Granada, con sus casas y sus cuadras intactas. Muchos se convierten al cristianismo y los reyes les confirman sus bienes y sus fincas. A otros les dan heredamientos para compensar las villas y las prebendas que pierden. Al final todo fue un enjuague: vendieron Granada a los cristianos y el único que ha perdido es el pueblo. ¿Recuerdas la multitud de muhaidines deseosos de alcanzar el martirio? Pues se ha evaporado como el rocío matinal cuando sale el sol.
«El mercenario de Granada» (Ed. Planeta), de Juan Eslava Galán, sale a la venta el próximo martes 27 de marzo. Precio, 20 e.
[Fuente: Mis recopilaciones ]
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T
errorismo en Nueva York, el 11-S.
[Fuente: Pedro Benítez González]
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¡Q
ué tiempos! Tras la derrota del nazismo, las chicas “topolino” se convirtieron en el reflejo edulcorado.machismo. Incluso en los inocentes anuncios sobre remedios para el dolor de cabeza se transmite un mensaje que hoy resultaría inaceptable: la familia siempre supeditada al padre.
EL ÁLBUM
Describen cómo éramos, qué ambicionábamos y todo aquello de lo que carecíamos. Pero también tuvieron una misión propagandística y sexista, tal y como recuerda ahora una exposición. El franquismo utilizó la publicidad de los años 40 y 50 para «educar» en los principios del régimen.
Una superestructura de himnos y homilías se cernía sobre la penuria de los 40 como una nube. El luto, el frío y el hambre se anestesiaban con la cínica comicidad de las variedades, los sermones del padre Venancio Marcos, El Coyote de Mallorquí, las coplas de Concha Piquer o las zambras cachondas que Manolo Caracol le cantaba a una gitana adolescente. La propaganda política ocultaba la miseria bajo la alfombra de la censura y la publicidad era su prolongación; los anuncios incorporaban y multiplicaban los lemas de la dictadura. Susana Sueiro, comisaria de la exposición La sociedad española de los años 40 y 50 a través de la publicidad, ha documentado que «el manejo de la fraseología de los vencedores por parte de las casas comerciales fue habitual en los primeros años del franquismo».
Era un tiempo esquizoide en el que la cartilla de racionamiento convivía con una megalomanía delirante: «Como en España ni hablá / y eso lo digo en la China y en Madagascá», cantaba Miguel Ligero. Tal vez pensara en las herrumbrosas lanzas del Imperio. Un vino de González Byass se llamaba Imperial Toledo, vino de héroes; la agencia de publicidad que creó muchos de los anuncios de la época se llamaba también Imperio, como algunas marcas de corsetería, zapatos o tintes, que eran el eco publicitario de una propaganda ubicua: «Por el Imperio hacia Dios». El Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona convocó a multitudes devotas, entregadas a confesiones y comuniones, adoraciones, consagraciones y viáticos en un desvarío clerical que los más descreídos bautizaron como «la Olimpiada de la Hostia». Era una España ensotanada o marcial, grandilocuente y famélica, pero no abstemia. El anís Viva España competía con el Bandera Española. Para engañar el hambre y espantar la pena la gente se daba a la bebida. Mezclados, el coñac y el anís daban el sol y sombra, cóctel patrio. En un país escindido entre vencedores y vencidos, el sol y sombra proponía la concordia. El coñac exaltaba viejas glorias (Lepanto, Cardenal Mendoza, Carlos Primero, Duque de Alba, Gran Capitán), mientras el anís reivindicaba el terruño (Chinchón, Ojén, La Asturiana, La Castellana).
Años 50.
España salía de la penuria y la cartilla de racionamiento se suprimió en 1952. Los aliados de EEUU comenzamos a imitar su estilo de vida y aparecen nuevos productos de consumo.
La publicidad decía que beber alcohol era estupendo para sentirse bien y el tabaco proponía una embriaguez seca. Una cajetilla de rubio americano costaba en los años 40 cinco pesetas en el mercado negro, cuando un periódico costaba 15 céntimos. Los protagonistas de la publicidad son flechas y pelayos, militares o burgueses engominados que lo mismo anuncian polvos de talco que flanes, achicoria o malta. Tiempo de sucedáneos. Y de parásitos: en una sola página de un diario podían coincidir anuncios contra la tiña, los eczemas, los forúnculos y otras supuraciones.
También era frecuente cruzarse con mutilados y los productos ortopédicos se anunciaban profusamente, como la famosa «pierna artificial Ortoprot, enteramente nacional». La miseria empujó a legiones de mujeres a las esquinas o a los burdeles y las venéreas causaron estragos. En 1940, en un anuncio de Aceite Inglés con el lema «todos saben para lo que es», aparecía una gran flecha que señalaba a un bicho con aspecto de ladilla.
Salud pública.
La falta de higiene convirtió la salud en tema estrella de los anuncios.
La lujuria se combatía con homilías en los púlpitos, admoniciones en el confesionario y la vuelta a los corsés, corpiños, calzones, pololos y ballenas en una apoteosis de la disuasión. A los hombres, sin embargo, las hojas de afeitar y la brillantina les aseguraban el derecho a ser un Clark Gable de 1,58 (la talla media de los varones) los domingos y fiestas de guardar.
Epidemia de tifus. A juzgar por la cantidad de anuncios de antiparasitarios para exterminar ratas, chinches o cucarachas, el país parecía el paraíso de las liendres y el piojo verde, que anidaba en las ropas y provocó una grave epidemia de tifus exantemático. No hubo tratamiento eficaz hasta la llegada del DDT: «DDT Chas, DDT Chas, no hay quien te aguante, tú como el gas, la muertes das, en un instante». Era una España en la que era fácil morir y un milagro sobrevivir sin reconstituyentes como el Fósforo Ferrero, que servía también para las alteraciones nerviosas. No faltaban motivos para estar de los nervios, porque el salario era escaso, los recuerdos traumáticos, la libertad condicional y la dieta o azarosa o rutinaria, falta de fibra y escasamente digestiva, de ahí tanto anuncio de purgantes y laxantes que, a falta de otra cosa, se anunciaban también como postre o golosina. La lista es larga: Rodher, Yer, Laxante Salud, Laxibero...
una gran responsabilidad...
En los 40, la altura media de los varones era de 1,58 m. Tener hijos sanos era un deber y se bombardeaba a las madres con harinas milagrosas, eso sí, nacionales.
La Guerra Fría le vino bien al franquismo, se reivindicó como centinela de Occidente y los americanos nos trajeron chicle, salsa de tomate que llamaban ketchup y tubos fluorescentes. Las cafeterías empezaron a llamarse California o Nebraska y el novelista popular Alfredo Manzanares firmaba como Alf Manz. También llegaron el far-west y los anuncios de líneas aéreas. Ser español era en los 40 y 50 una tragedia camuflada entre anuncios.
La exposición «La sociedad española de los años 40 y 50 a través de la publicidad» estará abierta desde el 16 de abril hasta el 20 de mayo en el Círculo de Bellas Artes, en Madrid.
Contra la tos...
Las restricciones en el suministro eléctrico y la dureza de la intemperie producían tosferina, anginas y ronquera.
Por Gonzalo Ugidos
[Fuente: elmundo.es ]
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P
ara el público era una generosa estrella de Hollywood, ganadora de un Oscar, que ante la imposibilidad de tener hijos decidió adoptar cuatro niños. Para Christina, la mayor de ellos, una alcohólica neurótica y maltratadora trastornada con la pulcritud.
En 1978, un año después de la muerte de su madre, Christina escribió «Queridísima mamá», un éxito de ventas en el que destripaba el mito de Joan Crawford. Fue la primera biografía de un famoso tan explícita y tan dura. Treinta años después publica una edición ampliada y recibe a una periodista –es la primera vez en una década– para hablar de su «progenitora adoptada».
Christina Crawford tenía 13 años cuando dejó de creer que su madre la quería. Era una edad bien temprana para ver tan profundamente cuestionada la creencia en la bondad del mundo. Pero fue a esa edad a la que ella recuerda que su madre la agarró por la garganta, le dio un puñetazo en la cara y le estampó la cabeza contra el suelo. «Eso no se olvida nunca», afirma ahora, con 68 años. «Se situó muy cerca de mi cara y se le notaba en los ojos... Cualquiera puede ver que alguien está tratando de matarle».
Era una característica de la personalidad de su madre que en ?953 nadie más conocía. Para el gran público, la madre de Christina no era la típica maltratadora con accesos incontrolados de cólera y alcohólica. Para todo el mundo era sencillamente Joan Crawford, la estrella de Hollywood.
El Óscar. Lo ganó en 1946 y 1963 (en la imagen) lo recogió en nombre de Anne Bancroft. Con ella, Gregory Peck, Sophia Loren y Fernanado Lamas.
En la etapa culminante de su carrera, en los años 40, Crawford tenía fama más bien de buena persona. Fue una de las primeras ingenuas del cine, una actriz que había superado una infancia de pobreza para convertirse en una de las mujeres mejor pagadas del mundo del espectáculo. A lo largo de cinco décadas, interpretó papeles de protagonista con Clark Gable en Amor en venta o con Bette Davis en ¿Qué fue de Baby Jane? y ganó un Oscar en ?945 por el papel principal de Alma en suplicio. Vivía en una amplia mansión en Brentwood, en Los Ángeles, y empleó su dinero en adoptar y educar a cuatro niños, uno de ellos Christina. Una decisión continuamente elogiada en los extensos reportajes que las revistas dedicaban a la felicidad de su vida en familia. Para Christina, sin embargo, la imagen pública era una mentira entre oropeles. «La gente fantaseaba sobre quién o qué era yo, sobre mi vida familiar, la vida privilegiada de la hija de una estrella de cine. Pero yo no tenía nada de eso».
Un año después de la muerte de su madre, en ?977, de un ataque al corazón, a los 69, 72 ó 73 años de edad, según la fecha de nacimiento que prefiriera creer cada cual, se colmó el vaso de su frustración. En ?978 publicó Mommie dearest (Queridísima mamá), una autobiografía feroz que retrataba a Joan Crawford como una perfeccionista sádica, una alcohólica propensa a castigar las faltas más leves con un rigor desproporcionado.
Fueron las primeras memorias de un personaje famoso en las que se contaba absolutamente todo, el primer libro en el que se hablaba tan abiertamente de una infancia presuntamente marcada por los malos tratos psicológicos y físicos. El libro causó sensación y se mantuvo durante 42 semanas en el primer puesto de la lista de los más vendidos del New York Times. En los años siguientes, los hijos de Bette Davis y Bing Crosby escribieron libros de memorias parecidos en los que sus padres salían bastante malparados, y la película de ?98? que adaptó Mommie dearest, con el mismo título y Faye Dunaway en el papel protagonista, se convirtió en un éxito de culto. Sobre la reputación de Joan Crawford cayó una descalificación tan feroz que nunca ha llegado a recuperarse del todo.
La familia. Alfred Steele, su cuarto marido, Crawford, Christina, Christopher y las gemelas Cindy y Cathy, en 1956.
Perchas de alambre. Hasta el día de hoy, la mayoría de la gente la asocia con una escena vergonzosa que aparece tanto en el libro como en la película en la que Joan Crawford monta una bronca brutal al descubrir que los vestidos de Christina están colgados de unas perchas de alambre. «¡Nada de perchas de alambre!» fue una frase que se incorporó al lenguaje coloquial para expresar la inestabilidad de una madre neurótica. En otra ocasión, Christina recuerda a su madre sacándola a rastras de la cama en plena noche, cuando tenía 9 años, para atizarle en la cabeza con un bote de detergente por haberse dejado restos de jabón en el suelo del baño.
Ahora, 30 años después de la publicación de Mommie dearest, Christina Crawford vuelve a sacar el libro con prólogo y epílogo nuevos, con testimonios de contemporáneos que corroboran sus afirmaciones y con más de ?00 páginas y fotografías que se suprimieron en la edición de ?978.
Los negocios. Al morir Steele, la actriz ocupó su puesto en el consejo de administración de Pepsi. La foto es de 1966.
Christina también tiene sus detractores. A lo largo de estos años, varios colegas de Joan Crawford, entre ellos, su primer marido, Douglas Fairbanks hijo, y la actriz Myrna Loy, han puesto en duda los recuerdos de Christina, a la que han acusado de exagerar y fantasear. Dos de los otros niños adoptados por Crawford, las gemelas Cathy y Cindy, afirmaron públicamente en su día que Christina era una mentirosa e insistieron en que Joan era una madre cariñosa, exigente pero nunca maltratadora.
Han pasado tres décadas y el conflicto entre hermanas sigue sin resolverse. Tanto Cindy como el único varón adoptado por Crawford, Christopher, han muerto recientemente. Pero la animosidad sigue enquistada en las nuevas generaciones. Casey LaLonde, hijo de Cathy, de 36 años de edad, confiesa por teléfono desde su casa de Filadelfia que su madre aún recuerda «un hogar en el que reinaba el cariño. Mi abuela era una madre muy cariñosa, muy protectora de sus hijos, a los que adoraba, una persona maravillosa. Siempre he puesto un cuidado exquisito en no llamar mentirosa a Christina, pero está claro que su experiencia fue muy diferente de la de mi madre y mi tía Cindy».
En marzo de este año una nueva biografía de Joan Crawford arrojó sobre Christina una luz aún menos favorecedora. Not the girl next door, de Charlotte Chandler, incluía entrevistas con la propia actriz en las que ésta cargaba contra su hija adoptada, a la que acusaba de ingrata. Se mencionaba en el libro una cita textual de Cathy Crawford en la que ésta decía que Christina «tenía su propia realidad... No me explico de dónde sacaba sus ideas. Nuestra mamá era la mejor madre que cualquiera haya podido tener».
Hasta ahora, Christina no había respondido. Sin embargo, cuando me encuentro con ella en su casa de Idaho para su primera entrevista en ?0 años, sigue en sus trece. Reconoce que tal vez fuera una niña muy testaruda, difícil en ocasiones, pero señala que su hermano pequeño, Christopher, con quien ella compartió habitación hasta que cumplió ?0 años, confirmó su versión. «Cathy ha hablado sobre su experiencia todo lo que ha querido, y ése es privilegio suyo, pero había ocho años de diferencia entre nosotras. Ella tenía dos años cuando a mí me enviaron a un internado. Ella no podía saber nada acerca de mi experiencia o de la de Chris, no tenía ni idea, nada de nada».
Perritos falderos.¿Quizás, aventuro, las gemelas tenían una personalidad más dócil y eran menos reacias a someterse a la naturaleza dominante de su madre? Se echa a reír a carcajadas. «Es posible», responde. «Lo que mi madre quería eran admiradores incondicionales y perritos falderos, no seres humanos».
Joan Crawford fue, sin duda, un producto manufacturado desde el primer momento, un mito creado por los magnates cinematográficos. Nacida en San Antonio (Texas), su verdadero nombre era Lucille LeSueur. Su padre desapareció de su vida cuando apenas tenía unos pocos meses de edad. Padeció una infancia llena de privaciones y aquello hizo que aborreciera siempre la mugre y el desorden. Resuelta a escapar de su ambiente, llegó a ser corista en Broadway hasta que fue descubierta por los jefes de la Metro-Goldwyn-Mayer en ?924.
Le ofrecieron un contrato y montaron un concurso en una revista para escogerle un nuevo nombre, pues la pronunciación de su apellido era demasiado parecida a sewer, cloaca en inglés. Joan Crawford fue la propuesta ganadora. Cortó las relaciones con su familia, se abrió paso con uñas y dientes hasta la cumbre y se reinventó a sí misma como una leyenda sin pasado. Las fotografías de la época inmortalizan a una mujer extraordinariamente llamativa, con unos marcados pómulos y unas cejas perfiladas que se arquean sobre unos radiantes ojos oscuros. Se advierte también una determinación poco común en la forma de su barbilla y la actitud retadora de su mirada. Más que resultar bonitas, las fotos tienen potencia, intensidad.
Su carácter enérgico y su rotundo atractivo físico sugerían que estaba acostumbrada a conseguir lo que se proponía. Se casó cuatro veces, la última con Alfred Steele, presidente de Pepsi-Cola, cuyo sillón en el consejo de administración ocupó tras la muerte del magnate. Y tuvo un sinfín de aventuras, tanto con hombres como con mujeres, entre las que hay que mencionar un ligue de una sola noche con Marilyn Monroe. Imposibilitada para tener hijos, los adoptó, para lo que recurrió a intermediarios que le garantizaran que no se le aplicarían las restricciones habituales a mujeres solteras y divorciadas. Uno de los cinco hijos con el que se quedó en un principio fue reclamado por su madre biológica a los pocos días. Christina fue adoptada sin problemas en ?939, Christopher, en ?943, y las gemelas, en ?947.
Vista desde fuera, era una familia como de cuento de hadas. Sin embargo, las cosas no eran como parecían. Aunque Joan le dijo a Christina que su madre biológica había muerto al dar a luz, la mujer estaba todavía viva, en realidad. Christina sólo descubrió la verdad a principios de los años 90, cuando se puso a investigar la historia de su familia biológica. Para entonces, sus padres (una estudiante que había tenido una aventura con un hombre casado, un ingeniero) habían muerto.
Christina recuerda una infancia marcada por los violentos cambios de humor de su madre; en un momento podía estar comprándole vestidos de fiesta espectaculares y carísimos y al siguiente atizándole con un cepillo de pelo en el trasero tan brutalmente como para partirlo en dos. «Al principio lloraba», comenta Christina, «luego, ya no. La única arma que me quedaba era no dar muestras de ningún sentimiento». Cuenta también que, por las noches, a su hermano Christopher lo ataban a la cama con cabos de barco para impedirle ir al baño.
¿Cree Christina que Joan Crawford la quiso en algún momento? «Es posible, muy, muy al principio», admite, «pero no era una persona en su sano juicio. Si hubiese hecho hoy parte de lo que me hizo la meterían en la cárcel. Pero nadie hizo nada, a pesar de que todo el mundo lo sabía: el servicio, algunos vecinos... Era un personaje famoso y los sirvientes tenían un trabajo que no querían perder. Y al final ni siquiera eso. Dejó de haber ayuda en casa porque se hacía muy difícil trabajar a su servicio. La agencia de colocación dejó de enviar gente».
Veneno para las taquillas. Conforme su carrera empezó a declinar, los ataques de cólera, la afición a la bebida y la obsesión con la limpieza de Joan Crawford se fueron haciendo más marcados. Los directivos de los estudios la declararon «veneno para las taquillas» y su autoestima no volvió a recuperar los niveles de antes. Para una mujer cuya valoración de sí misma se basaba directamente en su trabajo, aquello representó un golpe brutal.
Madre e hija con Phillip Terry, el tercer marido de Joan Crawford, con el que estuvo casada de 1942 a 1946. "Muy al principio, puede que sí me quisiera", afirma hoy Christina.
El estilo de vida de la familia Crawford, típico de los personajes famosos, aparecía reflejado rutinariamente en las revistas, que contaban hasta el último detalle de las fiestas de cumpleaños y Navidad de unos niños que nadaban en la abundancia. Sin embargo, detrás del papel satinado y del ruido seco de las bombillas de los flashes al estallar, la realidad era completamente diferente, afirma Christina. A los niños se les permitía elegir un solo juguete cada año. Los demás se volvían a embalar y se entregaban a hospitales u organizaciones benéficas, a pesar de lo cual Crawford obligaba a sus hijos a escribir tarjetas de agradecimiento por los regalos recibidos que no les habían permitido quedarse. Cada una de esas tarjetas era revisada personalmente por la madre, que se las devolvía con anotaciones y correcciones hasta que quedaban a la altura de sus exigencias. «Era como una marcha de castigo», cuenta Christina. «Una cuestión de poder y privaciones. De niña, aquello me impidió tener confianza en mí misma. Me sentía completamente abandonada».
Terminó por acostumbrarse a la soledad. A los ?0 años la enviaron a un internado, pero los estallidos imprevisibles y caprichosos de cólera materna continuaban durante las vacaciones. Al acabar sus estudios, Christina trabajó una breve temporada como actriz antes de incorporarse al departamento de promoción de la empresa Getty Petroleum. Desde la publicación de Mommie dearest ha escrito unos cuantos libros sobre malos tratos a niños y en la actualidad es una defensora decidida de los derechos de los adoptados.
Lleva a sus espaldas tres matrimonios fracasados y tomó la decisión consciente de no tener hijos propios. «Nunca he visto un matrimonio o una relación que funcionen, así que no he sabido cómo hacerlo, así de sencillo», explica. «La verdad es que no tenía condiciones para tener hijos y a ratos me sale un genio violento. Tomé la decisión de no tener hijos y nunca me he arrepentido».
Una iglesia y una tienda en ruinas. Durante los últimos ?5 años, Christina ha vivido en pleno campo, en Idaho, en una casita de madera dentro de una extensa reserva india rodeada de coníferas, praderas y montañas. Los únicos edificios que hay cerca son una iglesia y lo que fue una tienda para todo, actualmente en ruinas. No acaba de encajar del todo en un lugar como éste. Vestida con un elegante traje pantalón de color verde, una blusa escotada y unas alpargatas de esparto con cuña, lleva el pelo teñido de rubio y sus ojos azules quedan oscurecidos la mayor parte del tiempo tras unas gafas de sol. Es una mujer extraordinariamente educada y hospitalaria; proclive de vez en cuando a soltar inesperadas carcajadas.
Es también, creo yo, una mujer desconfiada. Muchas de sus respuestas van acompañadas de una mirada fija y penetrante y de cierto recelo en la voz. Cuando le pregunto si el dinero ha sido uno de los factores que motivan la reedición del libro, se me queda mirando a los ojos sin pestañear durante unos cuantos segundos. «Lo vuelvo a sacar porque sigue siendo uno de los pocos relatos reales, auténticos, de malos tratos en el seno de una familia y es importante que siga estando al alcance de todo el mundo», responde.
En su cuarto de estar, amplio y sin tabiques, sorprende de manera inmediata la ausencia de fotografías, como si el interior de la casa se hubiera despojado de todo aquello que pudiera recordarle su pasado. De las paredes cuelgan fruslerías anónimas sin mayor valor (una reproducción enmarcada de Shakespeare, un reloj que da las horas con un trino de pájaros...). A pesar de un breve acercamiento en los últimos años de Joan, tanto Christina como Christopher fueron excluidos de su testamento, en el que se afirmaba textualmente que la decisión obedecía a «razones que ellos conocen de sobra». Christina impugnó con éxito aquel testamento. Dejó de referirse a Joan Crawford como su madre hace unos cuantos años y ahora habla de ella como «mi progenitora adoptada». Es evidente que no la ha perdonado. «Ella nunca asumió ninguna responsabilidad. El perdón es un proceso entre dos personas», añade.
Ahora reedita el libro. Y la familia de su hermana Cathy ha montado en cólera. «Christina dijo todo lo que quiso y todo el mundo se enteró la primera vez», comenta Casey LaLonde. «El libro fue una monstruosidad. Los recuerdos que yo tengo de ella son los de una abuela normal, cariñosa, que se desvivía por cuidarnos. Nunca hubo nada extraño o perverso en ella. Cuando se publicó el libro por primera vez Joan no estaba ya aquí para defenderse. Fue muy cobarde».
Neil Maciejewski, historiador del cine que dirige una web de homenaje a Joan Crawford, reconoce que la actriz «era alcohólica, una maniática dominante, y probablemente no era la mejor madre del mundo, pero he dialogado con mucha gente que la conocía y tengo la impresión de que Mommie dearest no es un retrato que le haga justicia. Recientemente hablé con Betty Barker, que la conoció bien porque fue su secretaria desde los años 30 hasta su muerte. Es una mujer ya anciana que no tendría motivo para no decir la verdad y me ha dicho que Joan tenía sus defectos, pero que de ningún modo maltrataba a sus hijos».
Es posible, no obstante, que una estrella de cine tan obsesionada con su propia imagen, una mujer tan extremadamente perfeccionista, empeñara todos sus esfuerzos en ocultar cualquier conducta de maltrato. Christina podrá ser también muchas cosas como, por ejemplo, una persona sin ilusiones, triste, un poco a la defensiva, pero no da la impresión de ser una persona fantasiosa o mentirosa.
«Cruel» con sus hijos. Y también cuenta con defensores. La fallecida actriz Helen Hayes, cuyo hijo jugaba con Christopher, escribió en su autobiografía que Joan era «cruel» con sus hijos y que sus contemporáneos en Hollywood estaban «enormemente preocupados» por lo que les pudiera pasar a los niños. «Habría resultado inútil que hubiéramos protestado», escribió Hayes. «Joan sólo se enfadaba con sus hijos y probablemente sólo daba rienda suelta a su cólera con ellos».
Quizás podría haber intervenido, como tantos otros, y haber pinchado la burbuja de silencio, pero Joan Crawford era una contrincante de cuidado. Christina afirma que aquella noche de hace tanto tiempo en que su madre trató de estrangularla intervino una secretaria que las separó y llamó a un funcionario de protección de menores para que acudiera a la casa. Según Christina, el funcionario explicó que no podía hacer nada; que tendría que esperar hasta cumplir los ?8 años, en que podría abandonar su casa según su voluntad. Si se recibía alguna llamada más en instancias oficiales, Christina terminaría en un centro de reclusión. «Eso me obligó a pensar de otra manera», explica, secamente. «¡Que la víctima pudiera ser castigada y el culpable quedara impune...! Eso hizo que me volviera un poco cínica».
Cínica, pero no aterrorizada. Nunca más. «Lo más gratificante de salir bien de aquello es que no tengo miedo», afirma. «Si ella entrara ahora por esa puerta le diría que no es bien recibida y que hiciera el favor de marcharse, porque eso es precisamente lo que no pude decirle de niña». El tono de su voz se ha vuelto casi inaudible y se ha quebrado; prácticamente está hablando en un susurro. Mantiene la mirada unos segundos, se levanta y se pone a trastear en la cocina. Incluso ahora, tantos años después, Christina Crawford no quiere que nadie la vea llorar.
por ELIZABETH DAY
+ 'Mommie dearest. 30th anniversary edition' (Seven Springs Press), de Christina Crawford, no está publicado en español.
[Fuente: elmundo-magazine]
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